Estancias de mas de un año
Una enseñanza de alto nivel y una experiencia de acercamiento a la naturaleza extraordinaria.
Aquí hice 1º y 2º de bachillerato en alemán
Hijo de obreros españoles emigrados a Alemania en 1960, mis padres no querían que a mis 11 años estuviera yo solo las diez horas diarias que ellos tenían que estar fuera de casa. Buscaron un internado y, de casualidad, di con mis huesos en éste. Era el único extranjero y el único de pelo negro en medio de cuatro centenares de niños y mozalbetes rubios que se educaban en aquel increíble colegio.
Quien me lo hubiera dicho, cuando salí de Asturias camino de lo desconocido.
El entorno del colegio Loburg es un exuberante bosque lleno de lagos y charcas que un noble legó junto a su palacio para convertirlo en centro de educación.
Rodeado de bosques y aislado del mundanal ruido
Una isla de paz donde imperaba el deporte, la música clásica, el arte, el latín, la letra gótica y la naturaleza.
Internado en palacio
Estudiar latín en alemán al tiempo que perfeccionaba el idioma de mi maestro a marchas forzadas para cursar primero de bachillerato en un internado alemán, fue una odisea inimaginable. Lo compensó el pasar de una escuela rural de la España de 1960, en la que un maestro impartía clase a todos las edades a la vez y en un mismo aula
a un colegio en el que los niños íbamos de un edificio a otro para hacer deporte en un gimnasio olímpico; dibujo en un estudio de arte; música en una sala de conciertos; ciencias naturales en un laboratorio con una lupa microscopio por mesa; geografía en un gabinete lleno de mapas y, el resto de las asignaturas, en el aula propia de cada grupo.
Colegio Schloss Loburg
Palacio barroco a la derecha, con sus edificios anexos de aulas dormitorios.
En mis tiempos las dependencias frente al palacio, en cuya planta baja estaban los comedores y la cocina, eran aún empleadas como almacén de los productos de las huertas cercanas. Allí pasé bastantes horas, sacando arvejos de las vainas para dar de comer a 400 niños…
El alma de los indios, ahora nativos americanos
Otro autor que me apasionó en la biblioteca del Loburg Karl May, que no me dejaron leer hasta segundo de bachillerato. Me hizo viajar con la imaginación a través de 50 tomos por las praderas americanas.
Cuando llegué al colegio Loburg descubrí en su espléndida biblioteca los siete tomos de la colección de libros dedicada a un caballo legendario. Me hizo soñar con llegar yo también a conocer de cerca a esos aliados del hombre que tanto nos ayudaron a evolucionar en el Paleolítico, cuando aún eran libres y no los habíamos degradado como animales domésticos.
Universidad de Friburgo
Becado por el D.A.A.D. en 1978/79
Al acabar periodismo en la Complutense de Madrid nos trasladamos a Alemania. Vivimos allí en una casa de 1789, según la leyenda del frontispicio, restaurada por el musicólogo Fred Priverg. Desde allí iba en coche Teresa a la Universidad de Estrasburgo, Francia, a solo 16 km de casa, donde estudiaba becada en el Institut des Hautes Etudes Européennes, y yo, en tren, 80 km hasta la Universidad de Friburgo, donde hice estudios de postgrado sobre la sociedad postindustrial.