En el año 2000 regresé de una estancia de un año en Sudáfrica. Aún flotando por lo que había vivido allí, tras decidír dejar la pesada tarea de tener que ser empresario por obligación –como editor de la revista Quercus que fundé en 1981 junto a la periodista Teresa Vicetto– me vi envuelto de nuevo en tareas de organización empresarial, bien es verdad que liberado de la parte administrativa.
Podía dedicar mi energía solo a los contenidos. Para ello había buscado un socio, la editorial América Ibérica, a la que vendimos el 50% de la revista Quercus y la librería Linneo.
De la actividad editorial nos vimos forzados a quedarnos con los derechos de la edición digital de los contenidos de Quercus en Internet, patrimonio en el que habíamos invertido mucho esfuerzo desde 1992 para adaptar nuestra labor a la era digital que se avecinaba.
Los socios que encontramos para que llevaran nuestra actividad empresarial excluyeron del acuerdo la parte digital, rechazando adquirir y pagar el 50% de lo relacionado con Internet. Hasta el dominio de Quercus rechazaron, por no entender para qué servía, dejando ante notario las “cosas sin interés” en nuestras manos.
Por sorprendente que hoy parezca, en 1998 pocos sabían lo que era Internet. También tuvimos que continuar con la edición de la revista El Cárabo. Aunque analógica, fue despreciada por su escasa tirada. En ese contexto de cambios en mi labor periodística empecé a dedicarme a vincular la conservación de la naturaleza y la recuperación del bisonte al desarrollo de la Sociedad de la Información.
Pero justo a los pocos meses de realizar esa negociación, en 1999 se generó la llamada burbuja del .com, es decir, todo lo digital se revalorizó a niveles inimaginables. Lo operadores digitales como Telefónica y Vodafone se dirigían a los grupos editoriales ofreciéndoles ingentes sumas de dinero por sus contenidos, de modo que los nacientes portales estuvieran repletos de información.
Así las cosas, el regresar de Africa en el año 2000, mis socios de América Ibérica, recordando mi insistencia dos años antes de que lo que habíamos hecho en RedQuercus entre 1993 y 1998 era algo pionero y de gran valor, me propusieron ponerme al frente de un portal que se llamó Natuweb, para dar salida en Internet a los contenidos de las revistas Quercus, Biológica y Turismo Rural.