Una gestión estatal y mando eficiente, como tenía el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), sería hoy clave para la transición ecológica. Fue un error histórico acabar con el ICONA y transferir sus competencias a 17 consejerías. Crear artificial e innecesariamente tanta comunidad autónoma, solo para disimular que se cedía a la demanda de autonomía de los nacionalistas catalanes y vascos, perjudicó a la vida salvaje. Una península troceada en tantas administraciones, cautivas de sí mismas, ha resultado ser un disparate.
Quién iba a decirme, tras ser bautizado hacia 1982 en ICONA con el mote de Maligno Viborillas por los artículos que publicaba en el diario El País y en la revista Quercus, informando de los atentados a la vida salvaje, que algún día escribiría esto. Que un organismo de ese nombre me tildara de esa guisa, por denunciar la destrucción de la naturaleza, dice mucho del problema que lastraba. No quita, sin embargo, para reconocer que lo que vino después lastró aún más a toda España.
El Ministerio de Interior, Defensa y otras competencias son estatales. No se pueden fraccionar. La naturaleza también pide a voces un todo. No tiene lógica que las cuencas hidrográficas sean estatales y los peces sean autonómicos, que el espacio aéreo rija unitariamente para los aviones, pero no para las aves. Contrasentidos de las CC.AA que la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA) –cuyo anteproyecto de Ley, gestado en 1980, fue descafeinado– intentó arreglar, pero ya no se pudo dar marcha atrás.
Cuando un mando único internacional gestione la crisis del cambio climático –que empalidecerá la del Coronavirus– y ejecute la acción global conjunta que la humanidad que la sufra reclame para afrontarla, se entenderá mejor que la Tierra es una. A la política ambiental le es insuficiente el ámbito de una autonomía y la del Estado.
Será la primera competencia a transferir a ese futuro Gobierno mundial por el que claman desde 1946 los impulsores de Naciones Unidas (ONU) y de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), como Julian Huxley, Max Nicholson y otros que se prendaron del naturalista español de 31 años, José Antonio Valverde, al conocerle durante las cinco semanas de una expedición que hicieron juntos a la Sierra de Cádiz y Doñana en 1957.
Seis meses más tarde le invitaron a una estancia de dos meses en Inglaterra para pergeñar una estrategia que cambiara la política ambiental en España. Empezaron en 1961 maquinando cómo parar el plan del Ministerio de Agricultura para destruir Doñana y fundando el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) como brazo armado de la UICN y de la Deep Ecology.
Un ensayo de la visión supranacional, opuesta a fragmentar, es la política ambiental de la Unión Europea (UE) y sus directivas. Pero mientras España entraba en Bruselas y se integraba en el mando ambiental único europeo, los españoles se desunían y repartían el solar patrio en taifas autonómicas. El ente estatal que podía ejecutar la política ambiental, el ICONA, fue desmontado.
Multiplicar por 17 el número de personas que con las CC.AA empezaron a vivir de “conservar” la naturaleza a costa del contribuyente, generó un entramado de intereses difícil de desmontar. Solo la crisis que se avecina lo podrá hacer, cuando ya no nos presten más dinero. Mientras, esa política insostenible provoca consecuencias desastrosas para la vida salvaje. Que haya miles de «conservacionistas» a cargo del erario público, a saber si 90.000, de incluir a pastores de extensivo “jardineros del paisaje y de la fauna”, se cree alguno, es inviable pero, sobre todo, innecesario y pernicioso. Agarrados a sus prebendas, actúan ante cualquier innovación con temor a perder sus privilegios. Se parapetan en las fronteras territoriales autonómicas y en leyes superpuestas y contradictorias que se han ido acumulando, que asfixian y bloquean toda iniciativa. El entramado autonómico se resiste a la innovación. No sirve para construir un mundo globalizado más justo y útil a las causas nobles porque es su antítesis.
Tras 10.000 años de cultura neolítica destructora, y cochambrosa, la sociedad de la información más que conservar pide producir y restaurar la biodiversidad. El rewilding solo puede hacerse con fuerzas motrices de la sociedad civil capaces de cambiar el modelo socioeconómico del mundo rural en las zonas no rentables. Esas que siempre se dijo de vocación forestal. Su rentabilidad no es agroganadera, tampoco la de producir pinos y eucaliptos. Su mayor potencial económico reside en recuperar su belleza para alojar a una vanguardia de la sociedad de la información que quiera vivir y teletrabajar rodeado de vida salvaje libre. A esa visión se la llamó Desarrollo Sostenible en 1980 en la Estrategia Mundial elaborada por Naciones Unidas, UICN y WWF. La presentó al Gobierno español Félix Rodríguez de la Fuente, el 5 de marzo de ese año, mientras otros como él la elevaban en otros 37 países a sus respectivos gobiernos.
Por esa fecha, España se estaba replanteando entera. Tenía que cerrar una dictadura y superar una guerra civil. Tenía, sobre todo, un líder de masas con la cabeza bien amueblada, capaz de hacer ganar las elecciones por mayoría a la lista electoral que presentara el programa de reconstruir el planeta que auspiciaban en aquella estrategia Naciones Unidas, los gobiernos de EE.UU y Canadá, la corona británica, holandesa y escandinava, Alemania, Francia, India y otros países. Pero nueve días después de aquel acto moría el que podía haber logrado que España jugara un papel clave en ese proceso. Felíx se mató en un “accidente de causa desconocida” dice el atestado de la policía de Alaska. De lo que hay certeza es que su muerte cambio el curso de la historia. Cuatro meses más tarde moría también, a los 46 años de edad, Joaquín Garrigues, el ministro liberal que incorporó el Medio Ambiente a su cartera y cortejaba a Félix para hacer política. Había trabajado en Nueva York, donde estrechó amistad con David Rockefeller, uno de los mayores promotores de la Deep Ecology que propugna un Gobierno Mundial que solucione los problemas ambientales que la especie humana causa al Planeta. Un cáncer repentino y fulminante lo llevó a la tumba en pocos meses.
Félix Rodríguez de la Fuente no tenía interés ninguno en entrar en política, pero sí en apoyar un posible Gobierno Mundial que hiciera pasar a la humanidad de la cultura neolítica a otra biolítica. ¿Qué ofrecía el ICONA a ese proceso que no aporten ahora las 17 consejerías de Biodiversidad de las CC.AA? Algo revolucionario: un mando único estatal eficaz y la necesidad y capacidad de evolucionar que había demostrado a lo largo de tres décadas.
En 1952 asumió la gestión de la fauna salvaje el falangista número 37 de carnet, Jaime de Foxá. El 11 de agosto 1953, Franco firmó el Decreto de creación de las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Perjudiciales para la Caza.
Al mismo tiempo se produjo algo providencial. Se conocieron en Valladolid dos jóvenes de 29 y 27 años de edad, José Antonio Valverde y Félix Rodríguez de la Fuente. Se proponían, uno crear la Estación Biológica de Doñana y, el otro, convertir las aves de presa en el eje de su vida. Foxá se fijó en ellos. En 1956 apadrinó a Félix, quien en 1960 abandonó la carrera de odontólogo para instalarse en el Centro de Zoología del Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza en la Casa de Campo de Madrid. La influencia que Félix ejerció sobre Jaime de Foxá empezó a cambiar su visión de las cosas. El tandem hubiera sido revolucionario. Pero el Plan de Estabilización de 1959, que modernizó España tras el acuerdo de amistad España–EE.UU lo cambió todo. El Opus eclipsó a Falange y relevó a Foxá.
Félix Rodríguez de la Fuente tuvo que volver a empezar. No logró que el nuevo jefe de caza y pesca, Maximiliano Elegido, cambiara el rumbo hasta 1966, en que protegió las rapaces por decreto. Félix lo consiguió tras una carambola que le dio influencia sobre la opinión pública. Entrar en la recién nacida Televisión Española. Desde 1965 se alternaba con Foxá cada sábado para hacer un comentario de siete minutos en un programa de caza. Era tal el impacto del mensaje de Félix Rodríguez de la Fuente en TVE que en otoño de 1968 le dieron programa propio. Fauna le convirtió en el personaje más popular de España. Su magnetismo hizo que ese mismo año el WWF le propusiera crear con el Príncipe Juan Carlos su filial española, Adena. La apoteosis del éxito fue sumar a su labor en TVE la publicación de la enciclopedia Fauna con la poderosa editorial Salvat. Editada en fascículos semanales, a partir de enero de 1970, llenó los quioscos de prensa de las calles de medio mundo durante años. Se tradujo a una docena de idiomas y se comercializó en más de treinta países, vendiendo decenas de millones de tomos.
En ese ambiente, y convocada por Naciones Unidas la I Conferencia Mundial de Medio Ambiente para 1972 en Estocolmo, se creó en 1971 el Instituto para la Conservación de la Naturaleza. Su nombre era ya todo un cambio de intenciones de 180 grados.
El giro se consolidó en 1974, al poner el que fue subdirector del ICONA entre 1974 y 1977, Antonio López Lillo, la infraestructura del ICONA a disposición de Rodríguez de la Fuente para filmar la serie El Hombre y la Tierra. Alguien “de arriba” en el Ministerio de Agricultura intentó romper ese acuerdo en 1976, según desveló el que en 1977 sería nombrado director de ICONA, José Lara, pero el gobierno de Arias Navarro, constituido al morir Franco en 1975, duró solo seis meses. En julio de 1976 el Rey nombró Presidente a Adolfo Suárez. Félix y su programa de TVE se salvaron por los pelos.
José Lara fue director del ICONA hasta enero de 1982. Lo hizo evolucionar positivamente en muchos temas de conservación. Su error fue dar acceso a la caza a menos de su precio de coste. El pueblo llano que mata lo vivo por placer, y a tiros, no es menos deplorable que un Conde cazando.
Tras las primeras elecciones democráticas, en 1977, Joaquín Garrigues entró en el Gabinete de Ministros de Suárez. Reclamó la Comisión Interministerial de Medio Ambiente (CIMA), preludio del futuro Gobierno que debía aplicar la Estrategia Mundial que 700 científicos de 37 países –ninguno español– redactaban en esos años para Naciones Unidas, UICN y WWF, impulsados por un círculo intelectual internacional, heredero ideológico del ClubX. Garrigues preparaba lo que iba a ser un superministerio para la transición ecológica. Quería concentrar competencias ambientales, las principales las del ICONA, organismo llamado a ser protagonista en ese cambio. Pero a la muerte de estos visionarios, nadie supo continuar su misión. La fatalidad hizo perder la oportunidad de iniciar hace cuarenta años el modelo de desarrollo sostenible que hoy nos es vital.
De aquel intento quedó la foto de Félix Rodríguez de la Fuente y Eduardo Merigó, subsecretario de Estado de Medio Ambiente y mano derecha de Garrigues en el Partido Liberal, en un acto electoral de UCD en Catalunya.
ICONA llevaba veinte años en los que sus miembros se iba adaptando a los cambios. Empezó con Jaime de Foxá y continuó con José Lara, director del ICONA entre 1977 y 1979. Su sólida estructura estatal era una herramienta clave, tanto para los planes de Rodríguez de la Fuente como los de Garrigues.
Es importante analizar las estrategias de aquellos visionarios y recuperar tanto su ímpetu como las herramientas de comunicación de Rodríguez de la Fuente en TVE y RNE, hoy añadido Internet, o de gestión, como las del ICONA.
En uno de mis viajes anuales a Doñana, en 1980 el joven biólogo del ICONA, Tomás Azcárate, me dijo a la puerta del Palacio de la EBD si podíamos hablar. Había trabajado hasta poco antes allí con Javier Castroviejo. En 1979 sacó una plaza de las primeras plazas de biólogo convocada por el ICONA y trabajaba en la Delegación Provincial de Sevilla, en la que también había encontrado acomodo, tras años colaborando en la EBD, el fotógrafo de la naturaleza Antonio Camoyán, cuyo primo, José Rodríguez de la Borbolla presidió la Junta de Andalucía de 1984 a 1990.
Me llevó en su coche hasta la laguna de Santa Olalla. Rodeados de flamencos explicó el plan que él y Castroviejo tenían para cambiar la política de conservación de la naturaleza en España. Habían propuesto al primo de Antonio Camoyán, su compañero de oficina en la Delegación del ICONA en Sevilla, donde el Ingeniero Jefe le pedía a Azcárate que le trajera los cafés cuando recibía visitas, crear la Agencia de Medio Ambiente de Andalucía. Necesitaba apoyo mediático para forzar al ICONA a ceder sus competencias a la Junta de Andalucía. Azcárate, Camoyán, Vozmediano y un servidor, éramos bombardeados de continuo con llamadas telefónicas de Javier Castroviejo, que planteaba la necesidad imperiosa de que los biólogos accedieran al mando en la política de gestión de la naturaleza, monopolizado por el cuerpo de ingenieros de Montes.
El plan salió como me anunció. En 1982 le nombraron director general del Medio Ambiente de la Junta General de Andalucía en la Consejería de Política Territorial e Infraestructura que presidía el senador del PSOE Jaime Montaner, y en 1984, nada más llegar a la Presidencia Rodríguez de la Borbolla, creó la Agencia de Medio Ambiente, inspirada en la EPA, la Agencia Ambiental estadounidense, donde Azcárate hizo una estancia.
El modelo de la Junta de Andalucía sirvió de referencia a las CC.AA y, años después, teníamos 17 consejerías y el ICONA desmembrado. Pero la parcelación de las competencias en lugar de evolucionar nos hizo retroceder. Hoy la política de la biodiversidad de las CC.AA la condicionan los ganaderos neolíticos antilobo y los escopeteros.
Ya tarde para todo, en 1986, nombraron subdirector de ICONA al ecologista Joaquín Araujo, como director del Centro Nacional de Educación Ambiental en la Naturaleza (CENEAN), cargo que tuvo hasta 1987, y, en 1993, director general de ICONA al secretario general de la Federación de Amigos de la Tierra, el ecologista Humberto da Cruz, que dimitió en 1994. Duraron en el cargo medio año. Ni España ni el ICONA eran ya lo que habían sido en tiempos de Félix. En mayo de 1995, el último gobierno socialista de Felipe González disolvió el ICONA. Hoy, otro gobierno socialista, en coalición con Unidas Podemos, prepara un plan político de transición ecológica a una economía justa, equiparable al desarrollo sostenible de la Estrategia Mundial de 1980.
Hace 40 años, ICONA, con capacidad de actuar en todo el territorio y de gestionar una naturaleza sin parcelar, era pieza clave en el plan de acción que se hubiera puesto en marcha, de no haber muerto Félix Rodríguez de la Fuente y Joaquín Garrigues. Ahora el reto será devolver tal capacidad al Estado, liderando en Europa la idea de que un ente supranacional, como la Agencia Europea de Medio Ambiente, gestione con mando único la biodiversidad y el ambiente de España y de toda la UE. Crear una entidad de ámbito territorial estatal, de estructura como la que tenía el ICONA para solucionar el fiasco de las autonomías españolas, no pasa por volver a un estado centralista, sino yendo hacia adelante, impulsando y contribuyendo a hacer realidad los EE.UU. de Europa, e incluso más lejos, fortaleciendo a Naciones Unidas en su red de Reservas de la Biosfera y de convenios internacionales como los del Cambio Climático y el de Biodiversidad.
En los 25 millones de hectáreas de vocación forestal, la mitad de España, la vida salvaje se recupera con dejarla actuar. Requiere ayuda en aquellas especies que extinguimos en su día y no pueden volver por sí solas. En lugar de gastar recursos para impedir esa vuelta natural de lo silvestre en el monte abandonado, mejor será aprovechar el recurso que brinda la fuerza genésica de la Tierra y ofrecer participar en la causa de restaurar la vida salvaje –la Europa primigenia– a una vanguardia internacional de la Sociedad de la Información que quiera vivir en una naturaleza lo más pristina posible. Pero, para atraer a vivir de forma permanente al medio rural remoto a una vanguardia de las nuevas tecnologías, se necesita una causa que les llene sus vidas. Solo el paisaje, no es suficiente, y menos el agropecuario. Ninguna causa más fuerte que la conservación de la naturaleza salvaje.
La teleenseñanza permite ya a los hijos de los teletrabajadores estudiar en grupos al aire libre. Los padres pueden así vivir en zonas remotas. Por primera ez tenemos la posibilidad de combinar profesiones telemáticas con la tarea de repoblar y restaurar la España vacía. Participar en proyectos de rewilding, a la vez que se desarrolla una industria informática poderosa en el medio rural.
Una industria digital que contribuya a reconstruir la economía y recupere la fauna europea. Es una idea factible y barata. Basta modificar las leyes y facilitar a ciudadanos con demostrada vocación conservacionista participar en la gestión del territorio y de lo silvestre, como una causa noble y un complemento a sus ingresos del teletrabajo. Permitirá avanzar en los objetivos de la conservación de la naturaleza sin depender solamente del Presupuesto Público y, sobre todo, facilitar la transición ecológica y construir la sociedad digital.
Para ello es necesario un Estado fuerte que deje de diluir los recursos en mil instancias, y que, dando ejemplo, luche por ceder soberanía y competencias a un ente supranacional. Esta visión no quita para luego aspirar a liderar lo que se haga a nivel supranacional. En temas de Biodiversidad el territorio español es una potencia y en función de esa riqueza biológica deberíamos tirar del carro, con innovación y conocimiento, ejerciendo un papel protagonista en el seno de la Unión Europea y de Naciones Unidas.
Ningún Estado puede afrontar por sí solo los retos de la transición ecológica. Por otro lado, pedir a los nacionalismos regionales que cejen en su empeño de parcelar, empieza por anunciar que uno mismo renuncia a su “nacionalismo más grande”, el del Estado, que también es necesario superar.
La idea de la necesidad de un cambio de paradigma a nivel planetario, fue el último discurso de Félix Rodríguez de la Fuente
Fue el mensaje que nos trasladó el 5 de marzo de 1980. No era solamente suyo. Expresaba y sintetizaba lo que decía la Estrategia Mundial para la Naturaleza de la UICN, del PNUMA y del WWF, que le encargaron presentar.
Los Reyes de España, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, varios ministros, subsecretarios y directores generales de medio ambiente y de la conservación de la naturaleza, ocupaban aquella mañana una larga mesa vestida de gala que llenaba el escenario del inmenso salón de actos del Centro de la Villa, en la madrileña plaza de Colón. Pero lo que era más impresionante aún, en 37 países había en aquel momento otras 37 mesas como aquella, muchas de ellas también con Jefes de Estado y presidentes de Gobierno presidiéndolas y escuchando cómo se presentaba el mismo documento.
Entre el público, mucha gente importante. Prestigiosos científicos y académicos, altos cargos y técnicos relacionados con la naturaleza, representantes parlamentarios de los principales partidos políticos, destacados representantes de las finanzas, el mundo empresarial, intelectuales y periodistas, entre ellos un servidor. La sala estaba repleta. Se escenificaba con solemnidad y boato al más alto nivel un acto que Naciones Unidas, varios gobiernos, así como las casas reales británica, holandesa y española y un relevante grupo de empresarios de Londres, Suiza y otros países –promotores del WWF, la UICN y el PNUMA– habían puesto empeño en que no pasara desapercibido.
Un documento apoyado desde los Estados Unidos por su presidente Jimmy Carter a la presidenta de la India Indira Gandhi pasando por los gobiernos de los setenta países más importantes de la Tierra. La carpeta con el informe completo había sido cuidadosamente impresa en Suiza en los tres idiomas principales de los cónclaves internacionales, inglés, francés y español
Se trataba de una Estrategia elaborada por especialistas de todo el mundo en varios años de trabajo. Era la respuesta internacional a la hoja de ruta solicitada por los gobiernos que se reunieron en 1972 en la primera Conferencia Mundial de Medio Ambiente de Naciones Unidas, celebrada en Estocolmo. Allí se inició el camino que veinte años después llevó a la conferencia de Río, con la que se consolidó el proceso, en un acto similar al del 5 de marzo de 1980. Aquel año no se reunieron en un mismo punto los Jefes de Estado para declarar solemnemente su compromiso de querer evitar el desastre ecológico del Planeta, como hicieron en Río en 1992, sino que se decidió que los representantes de los gobiernos que habían suscrito el documento lo presentaran el mismo día ante dirigentes y medios de comunicación de cada país.
En España, tras unas palabras del Rey, el discurso corrió a cargo de Félix Rodríguez de la Fuente. Fue una conferencia brillante. Se lo pusieron fácil con el tema. El contenido de la estrategia portaba un mensaje trascendente. Venía a decir que la degradación de la naturaleza en el mundo no se podía arreglar si no se modificaba el modelo de desarrollo. Se pedía que lo mismo que los conservacionistas planteaban un cambio de paradigma con aquella estrategia, buscando aunar fuerzas con el mundo rural y con los pueblos primitivos que convivían con la naturaleza y que hasta entonces habían sido marginados o ignorados, el resto de políticas sectoriales, como la lucha contra la pobreza, la dignificación y el emponderamiento de la mujer, las políticas de producción y consumo de energía, de infraestructuras o de expansión industrial, debían ser revisadas en profundidad y ser motivo de estrategias mundiales similares.
En los años siguientes el comité de seguimiento de la Estrategia, con sede en Suiza, verificó que esas otras estrategias paralelas que se esperaba que surgirían al calor de la ambiental, no estaban siendo impulsadas.
Se decidió entonces redactar una segunda Estrategia Mundial, que fue presentada en 1990. Ese segundo esfuerzo del WWF, la UICN y el PNUMA pasó a ser la base de la tercera Conferencia de Medio Ambiente de Naciones Unidas, celebrada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992, donde se incorporaron muchos otros sectores.
Fue la asamblea magna de la conferencia de Río la que entró en la historia como el gran esfuerzo de los gobiernos del mundo por emprender un nuevo rumbo en el Planeta. De ella derivaron los convenios sobre el Cambio Climático y el de la Biodiversidad, entre otros acuerdos que han logrado avances sustanciales, aunque lejos de los que se necesitan para que desaparezcan los peligros derivados del actual modelo de desarrollo.
En 1980, el Gobierno español encomendó a la CIMA, la Comisión Interministerial del Medio Ambiente, que coordinara la elaboración de la estrategia nacional entre los diferentes ministerios. Pero todo quedó en papel mojado.
El solemne acto no supuso el inicio de algo nuevo sino más bien el final de un periodo, enterrado para siempre, guardado en un cajón y del que nunca más se supo, ni nadie quiso saber nada, excepto para mencionar sus principios en los discursos y para perjurar al decir sin sonrojo que seguía inspirando las políticas de ministerios y comunidades autónomas.
¿Cómo pudo ocurrir semejante dislate, después de una presentación en la que las más altas instancias del país declararon su voluntad de dar los pasos necesarios para aplicar dicha estrategia?
Los motivos por los que nunca prosperó fueron varios. El más señalado, que tres de los que hubieran podido ser sus principales impulsores y valedores, estaban aquel 5 de marzo de 1980 en uno de sus últimos actos. El ex ministro de Obras Públicas que había asumido en su cartera los temas ambientales, Joaquín Garrigues, que por su inteligencia y talante era la esperanza política para sustituir a Suárez, moría cuatro meses después. El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, dimitió nueve meses más tarde. Con ellos se acabaron los visionarios capaces de liderar un estilo de hacer política en el que todo era posible.
Pero lo que de verdad puso final a esa época, de entusiasmo soñador y voluntad de cambio en lo ambiental fue que, nueve días después de aquel discurso, en el que se anunciaba la estrategia que debía producir la gran renovación, moría el que la había presentado y el que la podría haber llevado a buen puerto. La anunciada vuelta de aquel viaje que emprendería días después, tras el cual se concentraría en plantear el cambio de paradigma del modelo de desarrollo, no se produjo. Nueve días después de aquel histórico acto moría Félix Rodríguez de la Fuente.
(Agradezco a Álvaro Lorite su desinteresada ayuda de documentación)
Texto de BV en la edición impresa del diario El País del Jueves, 6 de marzo de 1980 sobre el acto de la Estrategia Mundial de UICN/WWF/PNUMA:
https://elpais.com/diario/1980/03/06/sociedad/321145208_850215.html
Este texto es un extracto sacado del libro «Félix Rodríguez de la Fuente» biografía escrita por Benigno Varillas. 2ª Edición, 2020. 538 pp. 16 x 24 cm. PVP: 24.80 € Disponible en www.elcarabo.com